I
La mujer, como adelantamos previamente, es un ente ausente de razón. Su experiencia inteligible es nula. En cambio, sus percepciones sensibles son mucho más agudas de las de nosotros, los hombres. Ellas buscan, debido a eso, percibir sensiblemente la mayor cantidad de efectos de la naturaleza para poder desarrollar sus hábitos cotidianos. ¿Hay alguna diferencia, entonces, entre una mujer y una mascota?
Ciertamente no. Ambos son irracionales, ambos comparten experiencias sensibles y, así como las vacas que se alejan del alambrado eléctrico cuando reciben una descarga, las mujeres también se alejan de los peligros del universo público en la seguridad de la vida privada a través del hábito. Inevitablemente necesitan a los hombres para sobrevivir, para que les otorguen el espacio privado que convierten en hábitat, a cambio de ciertos beneficios. ¿No sucede lo mismo, acaso, con los perros, que si no fuera por el hombre morirían de hambre en las calles de las grandes urbes? Todo esto demuestra, irrefutablemente, que las mujeres son más similares a los animales al servicio del hombre que a éste mismo, al que calificaremos como un animal racional y político. ¿Cuál es, acaso, el beneficio que obtiene el hombre al brindarle seguridad a la mujer?
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Una familia |
El beneficio exclusivo de la procreación, de la continuación de su sangre en la historia. De la inmortalidad de su legado. ¿No es, entonces, el rol de la mujer el más importante a la hora de pensar las relaciones del hombre con otros seres? Desde su lugar en la esfera privada de la vida del hombre –a la que definiremos como familia-, ella se encarga de la educación y salvaguarda de quienes han salido de su vientre: alimentarlos, criarlos, enseñarles a hablar, enseñarles a alimentarse y a rezar son sus funciones dentro de la familia y las cumple diligentemente fundando ese cumplimiento en el hábito, también llamado “costumbre”, en palabras de David Hume.
La naturaleza le dicta a la mujer esto: la procreación como función social y la privación al espacio de la familia. Dios, en su infinita sabiduría, sólo percibida por aquellos que gozamos de la experiencia inteligible, fue el que a través de las nociones de armonía social le otorgó a la mujer este importante papel. La señora de la casa es sólo señora dentro de la casa. Así lo quiso Dios al crear al Mundo y de esa forma lo han entendido nuestros antepasados.