Al cabo de un tiempo volvió mi novia a la casa. El perro, al verme, comenzó a mover la cola con una gran alegría. Ella se acercó para darme un beso y se detuvo al percibir mi turbación.
- ¿Pasó algo mientras yo no estaba, Alexei? – me preguntó.

- No es una mala idea, Claudia. Y créeme, no hay cosa que me haría más feliz en el Mundo que vivir contigo en un barrio privado en Pilar, lejos de toda la crueldad y la violencia estatal; tener de vecinos a las personas más buenas y respetables del Mundo, o al menos del país; criar a mis hijos para que respeten los valores nacionales como el himno, el poncho y la escarapela; ser, en definitiva, un ciudadano promedio de buena cuna. Sin embargo –continué -, hacer eso implicaría fallarle al colectivo de la organización. Implicaría abandonarla, ser un cobarde. Es por ello que no pue…
- ¡Pero es que no comprendes que, si entras a la clandestinidad, tú y yo no podremos seguir juntos! – me interrumpió – Ni siquiera entrando yo en la clandestinidad contigo podríamos continuar unidos. A ti te llevarían con el Ejército Contrarrevolucionario de la Nación (de ahora en más será llamado E.C.N.) y yo estaría en una casa de la Liga de Amas de Casa. ¿Acaso es éso lo que deseas?
- Claudia, de cualquier manera yo no permitiría que entres a la clandestinidad. La cosa se podría volver muy peligrosa y tú serías inoperante. Tienes que vivir una vida feliz, despreocupada. Las mujeres deben permanecer en sus casas, cuidando de sus hombres o, en caso de no tenerlos, de sus padres y no haciendo militancia activa. Eso, sabes muy bien, bajo mi punto de vista representa un gravísimo error de la cúpula de la Organización. Por lo tanto, no me harías peor mal que entrando a la clandestinidad y militando activamente.
- Lo comprendo – dijo ella entre sollozos -, pero no puedo evitar saber que pronto no volveré a verte y sufrir mucho por esto. ¡Por favor, Alexei, olvídalo todo y huyamos juntos a un lugar donde el Mundo exterior y subversivo no podrá entrar jamás a causar terror! ¡Ven conmigo a Pilar!

- ¡No hace falta que seas tan agresivo! – se atajó – Yo sólo quiero que seamos felices.
- Uno no puede ser feliz si tiene miedo.
Es posible que ella finalmente lo comprendiera, o quizás se hubiera subordinado a mi imperativa voz de mando y respondido con obediencia debida. Finalmente pareció calmarse. Luego me pidió, aunque con cierta frialdad, que la llevara hasta Pilar.
- De acuerdo, mañana mismo iremos hacia allí.
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