¡¡¡LOS DERECHOS HUMANOS SON PARA HUMANOS DERECHOS!!!

Aclaración:

El presente testimonio se presenta a los lectores como una crónica. Por este motivo, se debe leer de atrás (el principio) hacia adelante (desarrollo y final); en otras palabras, de lo más viejo a lo más reciente. En cualquier caso y dadas las circunstancias, de no disponer de mucho tiempo, me tomé la molestia de etiquetar algunos hechos o personajes para entrar en contexto. Dicho todo esto, a iluminarse con la verdad de mi testimonio.

7 mar 2011

Expoagro 2011 (segunda parte)

Para no perder el hilo conductor ver Expoagro 2011 (primera parte)

- ¡Kempes! – me saluda entonces Ardiles y, a un paso sostenido, se acerca hacia nosotros.
- ¡Ardiles, amigo mío! Llevo mucho tiempo sin verte. ¿Cómo te encuentras?
- ¡Horrible! Este lugar me resulta un tanto confuso a mí y a muchos otros tantos militantes. Vine aquí con mi querido hijo. Ahí está él.
Vimos  como Ardiles llamaba a un hombre que promediaba mi edad. Éste se acercó decididamente y nos saludo a todos.
- Chicos, éste que ve aquí es Daniel Killer, mi hijo – lo presentó, orgulloso, el taxista. Es necesario mencionar que su verdadero nombre real no es Daniel Killer, sino que le puse un seudónimo para proteger su identidad y, también, la de su padre.
- ¿Ustedes son miembros del E.C.N., no es así? – nos preguntó entonces Killer.
- ¿Pero, dígame, – repuso, nervioso, Luque – qué es eso del E.C.N.?
La reacción escéptica de Luque tenía sentido, pues en aquel momento había mucha gente sospechosa alrededor nuestro. Era claro para mis compañeros y para mí que Killer no era un hombre de muchas luces. Luque hizo señas para marchar a una posición más desértica y allí comenzó a hablar.
- ¡Acaso eres un idiota, Killer! – lo acusó - ¡No te das cuenta que pones nuestras vidas en riesgo! Seguramente ya muchos nos descubrieron. Debe de haber células kirchneristas por doquier, esperando agazapadas la exposición de algún justiciero o gatillador fácil. Lo que conseguiste con tu pregunta no fue sólo irritarme, sino también poner la integridad de todos los aquí presente en peligro.
- No te preocupes – lo trató de calmar Killer -. Es sabido que aquí estamos en territorio amigo. No debes estar tan preocupado, querido Luque. Ahora responde: ¿son ustedes miembros del E.C.N.?
- Por supuesto – se adelantó Houseman, quien hasta ese momento no había levantado la voz.
- Bien, por lo pronto dejen que me presente tal cual se debe. Yo soy de la fuerza contrarrevolucionaria conocida como Vecinos. Les comunico, queridos amigos, que desde nuestra organización estamos planeando un tsunami. La idea es la participación de todas las fuerzas contrarrevolucionarias para silenciar de manera definitiva cualquier intento de insubordinación política por parte del gobierno.
- Nosotros no podemos hacer eso – le repliqué -. No sin, al menos, la aprobación de la alta cúpula.
- ¡No necesitaremos hacer eso porque hoy todo se solucionará! – levantó la voz un eufórico Luque.
- En cualquier caso, sepan que desde Vecinos nosotros tenemos un plan para llevar a cabo, de aquí a muy poco tiempo. Fallamos hace bastante poco, pero, como ustedes también deben saber, hay mucho ensayo y error en las práctica contrarrevolucionarias.
- De eso no caben dudas – señaló Houseman.
- Bueno, en cualquier caso, quiero que le hagan saber a su líder nuestra propuesta. Tomen este sobre, aquí está todo bien explicitado.
Killer le entregó a Luque un sobre y luego se marchó con Ardiles. Ambos se perdieron entre la multitud.

- Bueno, hay que buscar a los organizadores - señaló Luque.
- ¡Espera! – lo detuvo Houseman - ¿Ahí no hay un judío?
- Aparentemente.
- Repugnante. De sólo sentir esa fuerte fragancia a jabón siento ganas de vomitar. Voy a darle la paliza que se merece.
- ¡Espera, René! – le grité.
Era inútil. Houseman era un antisemita recalcitrante. En cierta ocasión me explicó las razones de su profundo odio hacia los judíos. Todo se remontaba a la historia de su padre, Jacobo Houseman, quien había sido secuestrado por la comunidad y puesto a trabajar en un campo de concentración, para luego ser desaparecido. No se supo nunca su paradero. Su madre, mujer noble y abnegada, siempre le relataba al pequeño René la triste historia de Jacobo. Por ese motivo, porque lo dejaron sin padre, Houseman odiaba a todos los judíos.
A pesar de cualquier justificación de aquel rencor, debíamos detener a Houseman. Si es que golpeaba al judío, seríamos puestos al descubierto – suficiente atención ya de por sí habíamos llamado – y todo estaría perdido. Aníbal Fernández – que seguramente estaba de incógnito, esperando algún hecho de relevancia para emplear el poder y la impunidad del Estado para hacernos desaparecer – aparecería entonces. No había mucha escapatoria, pues tampoco podíamos detener a un hombre ciego de rabia que deseaba hacer justicia contra una comunidad, pues habíamos reaccionado demasiado tarde y él estaba demasiado cerca de su objetivo.
Houseman, que sacó una navaja de su bolsillo y la empuñó para hundírsela en la carne al sucio judío y sentir la sangre tibia brotando de la herida, se detuvo al escucharlo decir a un hombre con el que conversaba:
- Estoy harto de este gobierno.
Las palabras del judío lo confundieron a mi compañero. Sus dedos habían comenzado a temblar y la navaja, inevitablemente, cayó al piso. Luque, en un movimiento fugaz, tomó el arma blanca antes de que se ocasionara un revuelo mayor.
- Los kirchneristas son unos pobres díscolos que no saben qué es lo correcto y qué lo incorrecto para el normal funcionamiento institucional del país – continuó diciendo el judío.
- ¿Cómo es posible – nos susurró Houseman, a quien ya habíamos alcanzado – que yo quiera aplaudir a un judío?
- Lo peor de todo es que después me vienen y dicen que soy facho – se reía el judío -. ¡Justo yo, que soy judío! ¡Por favor! Lo único que faltaba. ¿Cuándo viste un judío facho? ¡Decime si estoy equivocado!
- No lo está, rabino.
- ¡Menos mal! ¡“Facho”! Por el amor de Dios. A esos hay que matarlos a todos, no tienen cura.
Houseman rompió en lágrimas y se marchó del lugar, no sin antes excusarse con nosotros. Luque, que es un militante lúcido, decidió acercarse al judío y le indagó:
-  Disculpe, rabino, una pregunta: ¿sabe dónde podemos encontrar a los organizadores de Expoagro?
- Está ante uno de ellos, caballero – dijo entonces el hombre que lo acompañaba.
- ¡Perfecto! – se alegró Luque - ¿Podemos acaso hablar en algún lugar más tranquilo?
- ¡Cómo no! ¡Vengan a mi oficina!

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