
Hoy, frente al Congreso de la Nación, vi una masa de jóvenes, seguramente todos beneficiarios de un subsidio estatal - ¡el cáncer que todos pagamos! -, causando disturbios. Obviamente no estuve allí, pues en mi condición de clandestino eso implicaría poner mi seguridad física y jurídica en riesgo. Sin embargo, lo que la transmisión de la Cadena Nacional me permitió observar es la virulencia, la falta de respeto y la mala educación de estos jóvenes militantes, que sólo causan disturbios y pesar. ¿Para qué otra cosa están, si no? ¿Y quién los atañe? ¿Quién los organiza?
Éste es mi diagnóstico: La democracia fracasó en su objetivo de mejorar el nivel de vida de la gente. El Estado que nos debe proteger es garante de la generación y sostenimiento de grupos subversivos. El Poder Ejecutivo los convoca y los convierte en una Santa Inquisición. La oposición legislativa no hace nada para detenerlo. Los jueces hacen oídos sordos a los reclamos de la gente de bien, cansada de tanta impunidad.
La clase dirigente no es siquiera capaz de comprender los deseos y necesidades de la nación.
Deseo – al igual que la nación entera – seguridad; y sólo hay una forma de conseguirla: no es mediante la educación – como quiso dar a entender Cristina yegua Kirchner, sino a través de la violencia. Sólo con el derramamiento - necesario, claro está – de grandes cantidades de sangre podremos vivir en paz. El monopolio de la violencia – violencia de cualquier tipo – debe ser apropiado por un Estado déspota y autoritario. Sólo con una masacre, un genocidio planificado y aplicado de manera sistemática, podremos hacer nuestra propia sociedad segura. Viviremos, entonces, felizmente.
La clave para acabar con la inseguridad es detener el crimen antes de que tenga lugar. La única forma de hacer eso posible es a través de lo antes expuesto. ¡No más delincuencia! ¡Matemos para vivir!
Alexei
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