¡¡¡LOS DERECHOS HUMANOS SON PARA HUMANOS DERECHOS!!!

Aclaración:

El presente testimonio se presenta a los lectores como una crónica. Por este motivo, se debe leer de atrás (el principio) hacia adelante (desarrollo y final); en otras palabras, de lo más viejo a lo más reciente. En cualquier caso y dadas las circunstancias, de no disponer de mucho tiempo, me tomé la molestia de etiquetar algunos hechos o personajes para entrar en contexto. Dicho todo esto, a iluminarse con la verdad de mi testimonio.

17 feb 2011

Repercusiones de la muerte de Cristino Nicolaides. El encuentro con un taxista.

Era el 22 de enero del presente año.Con los muchachos de la Organización decidimos hacer un acto a un mes de la condena de nuestros héroes en Córdoba, frente a la Casa Rosada. Todos debíamos llevar nuestras banderas y tener las marchas bien aprendidas. En eso no tuve el más mínimo problema.
Lo que sí me costó un trabajo enorme fue convencer a mi amada novia de no ir a la Plaza de Mayo conmigo y el resto de los militantes. Era inevitable que mi decisión fuera ésa, puesto que temía por su seguridad y eso me podría distraer del sagrado deber que tenía encomendado. Ante el más mínimo intento de insubordinación por parte de ella, di punto final al asunto y ella lo terminó comprendiendo, aunque de mala gana. La amaba por ello, tanto por querer ir como por ceder ante mi orden con obediencia debida.
En fin, cuando hube salido de su casa listo para marchar a la Plaza de Mayo, me di cuenta que la discusión que mantuvimos me mantuvo ocupado más de lo debido y, por este motivo, decidí tomarme un taxi hacia mi destino.  No quería perderme el más mínimo detalle de la manifestación en reclamo de justicia verdadera. Se detuvo ante mí un taxi y me subí a él.
- Hasta Plaza de Mayo, por favor.
El taxista estaba tranquilo en su asiento y no hablaba. Lo único que hacía era manejar por las calles y mirarme con ojos inquisidores desde el espejo retrovisor. Me percaté que era posible que el taxista fuera, en realidad, un agente enviado por Aníbal Fernández para secuestrar y asesinar a todos los que aquel día pidiéramos ir a Plaza de Mayo. “¡Malvados! –pensé - ¡Las prácticas de persecución de este régimen son las más terribles! ¡Lo único que faltaba era esto! ¡Qué se puede hacer ante todo esto más que rendirse! ¡Nada! Absolutamente nada.”
Un flash informativo en la radio interrumpió mis reflexiones y me trajo nuevamente a la realidad. La noticia era algo terrible. Otro de los patriotas que parió la madre patria había caído, en su celda. Dijeron que fue una muerte natural, pero yo me permito a mí mismo y al resto de la sociedad dudar de la naturalidad de la muerte de Cristino Nicolaides.  Estaba atónito ante esta terrible noticia. Sólo atinaba a pensar que “primero muere Massera y ahora el querido Nicolaides. ¡Cómo puede la vida ser tan injusta!”.
- ¡Qué Desgracia! – exclamó entonces el taxista. En ese momento comprendí  que lo que estaba imaginando era simplemente una exageración. Exageración, claro está, comprensible dado las circunstancias y el contexto de violencia política de los últimos tiempos, pero exageración al fin. El taxista continuó - ¡Será posible, caballero! ¡No sabe! ¡Yo lo conocía a Cristino! ¡Verá, yo soy cordobés!
- ¡No me diga! – le contesté, excitado.
- ¡Sí, hombre!  Lo recuerdo con mucho cariño. Verá, yo era un pibe, tenía unos veinte años. Laburaba en una metalúrgica allá en Córdoba Capital cuando los militares tomaron el poder en el ’76. Yo no soportaba a los sindicalistas porque eran unos zurdos, agentes de la subversión internacional. Todo dirigente clasista, ¿vio? Bueno, la cosa es que vinieron los militares en el ’76 y todos esos dirigentes no volvieron a joder más con la lucha de clases, ni se asomaron nuevamente a la fábrica. Y sabe qué es lo mejor de todo: la empresa quebró y con la indemnización que me dieron me pude comprar un taxi y cumplir mi sueño de laburar por cuenta propia.
- ¡Es lo que yo digo! La gente a veces no sabe reconocer lo bien que le hicieron los militares a la Nación. Por cierto, señor, no me dijo cuál es su nombre.
- ¡Ah! Torpeza la mía. Sepa disculpar, mi nombre es Osvaldo Ardiles, taxista de Capital Federal – cabe mencionar que el verdadero nombre del taxista no es éste. Si mencionara su verdadero nombre no me cabrían dudas que sería víctima del terrorismo de Estado K. Por este motivo, el taxista será de ahora en más llamado “Ardiles”.
- Cuénteme, Ardiles, ¿en qué circunstancias conoció al difunto Nicolaides?
- En la colimba, hombre. ¿Dónde más? Pero además, fui su chofer personal cuando asumió la Jefatura del Estado Mayor del Ejército Argentino. Es por ese motivo que me trasladé acá a Buenos Aires. El me quería un montón y el cariño que me brindaba era bien correspondido – no pude evitar ver que los ojos de Ardiles se humedecían a través del espejo retrovisor. Quien antes me había visto con aquellos ojos inquisidores que me hicieron creer que iba a ser un nuevo desaparecido ahora parecía, más bien, un pobre viejo nostálgico y de noble corazón.
-  Siento mucho la muerte de Cristino – le dije – yo lo admiraba mucho por todos los favores (quiero decir, deberes) hacia nuestra patria. A pesar de no haberlo conocido en persona, como usted sí lo hizo, tengo en estos momentos ganas de llorar. ¡Dígame, Ardiles, si todo esto no le parece extraño! No creo que Cristino haya muerto por muerte natural. Debemos comprobar qué fue lo que realmente sucedió con él. No me caben dudas que Aníbal Fernández y su séquito de asesinos a sueldo tienen algo que ver con todo esto. Por favor, Ardiles, acompáñeme usted a la Plaza de Mayo a manifestar por la libertad del general Videla y luego con el resto de la organización debatiremos que es lo que debemos hacer de ahora en más. Le prometo que no se arrepentirá.
- De más está decir, hombre. Allí estaré agitando las banderas de la causa nacional junto a usted y los suyos. Perdón,  los nuestros.

Hasta que arribamos a la Plaza de Mayo en mi imaginación surgió, como mariposa de un capullo, el afiche de la campaña a favor del esclarecimiento de la muerte de Nicolaides (ver imagen a la derecha).  Conocer a Ardiles fue una hermosa experiencia, y su apoyo a la causa será muy significativo. De eso no me caben dudas.

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