¡¡¡LOS DERECHOS HUMANOS SON PARA HUMANOS DERECHOS!!!

Aclaración:

El presente testimonio se presenta a los lectores como una crónica. Por este motivo, se debe leer de atrás (el principio) hacia adelante (desarrollo y final); en otras palabras, de lo más viejo a lo más reciente. En cualquier caso y dadas las circunstancias, de no disponer de mucho tiempo, me tomé la molestia de etiquetar algunos hechos o personajes para entrar en contexto. Dicho todo esto, a iluminarse con la verdad de mi testimonio.

14 feb 2011

Carta Abierta a la Juventud

Jovenes:

No se dejen engañar por la propaganda oficial. Este gobierno no es más que un liberalismo stalinista. A través de los medios de comunicación, apropiados por el aparato del Estado Nacional, nos mienten descaradamente. Se preguntarán el por qué de esta denuncia. He aquí mi exposición de los hechos ocurridos hace tres meses:
Yo me encontraba en mi casa, junto a mi amada novia, que había traído de la calle a un perro con una patita lastimada. Algún descarado e insensible lo arrojó de su casa y aquel pobre animal se encontraba vagando por las calles, buscando abrigo y comida. Nosotros, como toda familia de bien, recibimos a aquella criatura con los brazos abiertos. Le alimentamos y luego acostamos en el sillón junto a nosotros mientras veíamos el noticiero. El perro dormía plácidamente.
Entonces nos enteramos. Un gran hombre había muerto. Cuando lo supe me quedé estupefacto. Personas como aquél, por más entradas en años que se encuentren, es raro que se las piense como inexistentes. Emilio Massera estaba muerto. Muerto y en el panteón de los héroers de la Historia Argentina; junto a San Martín, Rosas, Falcón y Lugones.
No lo podía creer. Frente a la televisión, aletargado, desconociendo la veracidad de aquella horrible noticia. No podía ser cierta y, sin embargo, allí estaba la placa roja. "La placa roja nunca miente", fue lo único que atiné a pensar. Mi novia rompió en lágrimas. El perro aullaba de tristeza. Quería acompañarlos en el llanto pero me avergonzaba mostrar debilidad en aquella terrible escena. "Este no es momento para mariconadas" habría dicho el almirante. Y tenía razón. Siempre tenía razón.
Sin saber por qué, me levanté del sillón y me pusé mi abrigo. Salí a la calle buscando a más gente como yo. Algo me dijo que debía ir a Plaza San Martín y eso fue lo que hice. Mientras me dirigía allí, no podía dejar de observar a las mujeres llorando en los almacenes. Estaban desconsoladas. Una señora de unos 60 años, ciega de las lágrimas, se chocó conmigo y, al ver que la misma tristeza que ella sentía se reflejaba en mis ojos me preguntó "¿Cómo pudo suceder esto?". No tenía respuestas a su pregunta. Sólo se me ocurrió decirle que me acompañara a Plaza San Martín, pues allí iba a ocurrir algo.
A medida que nos acercábamos a destino, la aglomeración de individuos iba en aumento. Las banderas que agitaban los militantes de la causa - mi causa - eran enormes, tan grandes como jamás se hayan visto. "Emiilio vive" decían algunas; "Fuerza Delia", otras. Mis compañeros cantaban con subordinación y valor las más bellas melodías que jamás haya uno escuchado. Tomé una de las banderas y luego, junto a los miles y miles de argentinos, canté y seguí cantando. Las lágrimas brotaban de mis ojos, y lo mismo le sucedía a todos los allí presentes. Pero, a pesar de nuestra tristeza, una luz de esperanza nos iluminaba. "El fue grande, pero su legado es enorme" leí en una bandera, sostenida por unos niños que no debían de alcanzar los 7 años de edad. Creo que esa frase expresó con veracidad lo que todos allí sentíamos, la conmoción del momento. Él ya no estaba, pero su ideal seguía en pie.
Estuve allí toda la tarde, hasta la hora de la cena.
Cuando hube vuelto a mi hogar, encendí el televisor ansioso por ver el homenaje al almirante en la televisión pública. Sin embargo, y para sorpresa mía, por cuestiones políticas no existió tal homenaje. La ira sacudió mi espíritu y lancé las más terribles palabrotas - que no voy a recrear en este medio por pudor -. Nadie jamás me hubiera adelantado aquello. No importa que haya sido un político ajeno a los ideales del actual gobierno. Ese hombre fue un héroe, les guste o no. Y nada. Ni siquiera mostraron al Mundo la multitud que fue a Plaza San Martín aquel día. Vergüenza me da.


Me he callado demasiado tiempo. Ya no me interesa que vengan las fuerzas del orden a raptarme y hacerme desaparecer. No le tengo miedo a Aníbal Fernández y su patota. Les he temido todo este tiempo, pero ya no. "Si quieren venir que vengan" dijo alguna vez un honorable presidente y yo no me voy a echar para atrás con estos ponebombas. ¡Que se vayan todos a la concha de su hermana!

Alexei.

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